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Una carta del infierno
(Una Voz de Ultratumba)...
"Tenéis tan solo dos destinos finales: Cielo e infierno. Sabed que satanás tratará de remover la realidad de la existencia de su reino, el infierno, entre vosotros. Si hace una farsa su existencia entre vosotros, os engañará tanto que pecaréis y os retiraréis del Espíritu de la Luz. Y cuando os retiréis del Espíritu de la Luz, también os retiráis de la vida eterna en el Reino de vuestro Padre, el todopoderoso Dios en el Cielo." – Nuestra Señora, 1 de Febrero, 1975
Una
introducción por Claire
La siguiente explicación fue encontrada entre los
documentos dejados por una monja quien murió en un convento en Alemania.
En mi
juventud tuve una amiga, Anne, quien vivía cerca de mi casa. Es decir, éramos
compañeras y trabajábamos en la misma oficina. Dejé de ver a Anne cuando ella
se casó. Nunca tuvimos lo que se llama una verdadera amistad, sino más bien,
una relación amigable. Por esta razón, cuando ella se casó con un hombre que
tenía dinero, y se pasó a vivir a un barrio mejor lejos de mi casa, no me hizo
mucha falta.
A mediados de
septiembre de 1937, yo estaba de vacaciones en el Lago Garda cuando mi madre me
escribió contándome este chisme: “Imagínate que Anne N. murió. Ella perdió su
vida en un accidente automovilístico. La sepultaron ayer en el cementerio M.”
Yo estaba muy sorprendida por la noticia. Yo sabía que Anne nunca había sido
muy religiosa. ¿Estaría ella preparada cuando Dios la llamó repentinamente de
este mundo? Al día siguiente asistí a Misa en la capilla de la casa de
huéspedes donde yo me alojaba. Recé fervientemente por el descanso eterno de su
alma y ofrecí mi Santa Comunión por esa intención.
Me sentí mal durante el día y esa noche escasamente pude dormir. Una vez
desperté repentinamente, y escuché algo como si una puerta se estuviera
abriendo. Asustada, prendí la luz y vi que el reloj de mi mesa de noche marcada
diez minutos después de la medianoche. La casa estaba en silencio y nada
aparecía fuera de lo normal. El único sonido prevenía de las olas del Lago
Garda cuando pegaban monótonamente contra la pared del jardín. No había
viento. No obstante, pensé que escuché algo después de oír la puerta
traquetear, un ruido silbante como si algo se cayese. Me recordó las veces
cuando el anterior gerente de la oficina estaba de mal humor y dejaba caer
algunos papeles sobre mi escritorio para que yo los resolviera.
¿Debía de levantarme y dar un vistazo? me preguntaba. Pero como todo permaneció
en silencio, no parecía necesario. Seguramente era mi imaginación, algo
perturbada por la noticia de la muerte de mi amiga. Di vuelta, recé siete
Padres Nuestros para las Almas del Purgatorio, y me volví a dormir. Luego soñé
que me había levantado a las seis de la mañana para ir a Misa en la capilla.
Cuando abrí la puerta de mi cuarto, me paré sobre un paquete que contenía hojas
de una carta. Lo levanté y reconocí la letra de Anne. Grité de la impresión.
Mis dedos temblaban, y mi mente estaba tan perturbada que ni se me ocurrió rezar
un Padre Nuestro. Sentí que me estaba sofocando y que necesitaba aire para
poder espirar. Apuradamente terminé de arreglarme, coloqué la carta en mi
cartera y salí apresuradamente de la casa.
Una vez afuera, seguí un camino a través de las Colinas, pasado los árboles de
olivos y laurel y las fincas vecinas, y luego más allá de la famosa carretera
Gardesana. El día estaba amaneciendo con la brillante luz del sol de la
mañana. Durante los siguientes días, me detendría cada cien pasos para admirar
la magnífica vista del lago de la bella isla de Garda. Me encantaban los
brillantes tonos de azul del agua, y como una niña viendo con admiración a su
abuelo, yo miraba fijamente al Monte Baldo, de color cenizo, que se levantaba
unos 7,200 pies por arriba del lado opuesto del lago.
Esta
mañana, sin embargo, no estaba conciente de nada a mi alrededor. Después de
caminar un cuarto de hora, me senté automáticamente en el suelo del borde del
río entre dos árboles cipreses donde el día anterior yo había estado alegremente
leyendo una novela, la Señora Teresa. Por primera vez miré a los cipreses
conciente de ellos como símbolos de la muerte, algo que no había notada antes,
ya que estos árboles son bastante comunes aquí en el sur.
Saqué la carta de mi
cartera. No tenía una firma, pero era – sin duda alguna – la escritura de Anne.
No había equivocación al ver las grandes, fluidas letras de la S o la T
francesas que ella siempre escribía para irritar al Sr. G en la oficina. No
estaba escrita, sin embargo, en el estilo usual en que ella hablaba, ya que ella
hablaba muy amigable y encantadoramente, como era ella, con aquellos ojos azules
y una nariz elegante. Era solamente cuando hablábamos de temas religiosos, que
ella se volvía sarcástica y adquiría un tono grosero y un ritmo agitado de la
carta. Ahora comencé a leer.
Aquí está La Carta del Más Allá de Anne V, palabra por palabra, como la leí en
el sueño.
Carta del Más Allá
Claire
¡No reces por mí, estoy condenada... en el infierno. No pienses que te estoy
contando esto y ciertas circunstancias y detalles de mi condenación como señales
de amistad. Aquí ya no amamos a nadie. Lo hago como parte de “aquel poder que
siempre quiere el mal y... siempre hace el bien.”
En verdad, quisiera verte llegar a este lugar a ti también, donde yo me quedaré
para siempre.
(1) Santo Tomás de Aquino, Summa Theológica, Suppl., Q. 98, art. 4: "Por tanto, ellos [los condenados] desearán que todos los buenas estuviesen condenados."
No te enfades por esta mi expresión. Aquí todos pensamos de igual manera. Nuestra voluntad está endurecida por el mal – en lo que ustedes llaman “mal”. También, cuando nosotros hacemos algo “bueno,” como ahora yo, abriéndote los ojos acerca del Infierno, no lo hago con buenas intenciones.(2)
(2) En respuesta a la pregunta de
si cada acto de la voluntad en la condenación es malo, Santo Tomás distingue la
voluntad deliberada y la voluntad natural: “Su voluntad natural es suya no de
ellos mismos sino del Autor de la naturaleza, Quien le dio a esta naturaleza la
inclinación que nosotros llamamos la voluntad libre. Por lo tanto, ya que
naturaleza permanece en ellos, subsigue que la voluntad natural en ellos no
puede ser buena.
“Pero su voluntad deliberada es suya de sí mismos, en cuanto a que está en su
poder estar inclinados por sus afectos a esto o a aquello. Esta voluntad en
ellos siempre es de maldad: y esto porque están completamente alejados del fin
ultimo de una buena voluntad, y tampoco puede una voluntad ser buena excepto si
está dirigida al mismo fin. Por tanto aún cuando ellos desean algún bien, ellos
no lo desean de manera correcta, así que uno no puede llamar su voluntad buena
por esa cuenta.” Ibid., Q. 98, a. 1.
¿Se acuerda de
cuando trabajábamos juntas durante cuatro años en M? Usted tenía 23 años ya
había trabajado en la oficina medio año cuando yo llegué. Usted me ayudó muchas
veces, y a menudo me daba buenos consejos mientras me estaba entrenando. Pero
¿qué significa ese término de “bueno”? En aquellos tiempos yo admiraba su
“caridad”. ¡Cuán
ridículo!
Usted me
ayudaba para complacer su propia vanidad, sospechaba yo en ese tiempo. ¡Aquí no
le reconocemos el bien en nadie!
Usted me conoció en mi juventud, pero voy a darle ciertos detalles. Según los
planes de mis padres, yo no tenía que haber nacido. La desgracia de mi
concepción fue debido a su descuido. Cuando yo nací mis hermanos ya tenían 14 y
15 años de edad. ¡Cómo desearía nunca haber nacido! ¡Deseo poder anihilarme en
este momento para evitar estos tormentos! Con qué placer dejaría yo mi
existencia, como un vestido de batiza que se pierde en la nada. (3) Pero, yo;
yo debo existir así. Así, como yo misma me hice, soportando la culpa completa
por la manera como llegué a mi fin.
(3) Ibid., Q 98, a. 3, r. ib. Ad. 3: "A pesar que ‘el no ser’ es muy malo en cuanto a que remueve la existencia, es muy bueno en cuanto a que remueve la infelicidad, el cual es el más grande de los males, y por lo tanto es preferible que el ‘no ser.’"
Antes de que
mis padres se casaran, ellos se trasladaron del campo a la ciudad; ambos habían
perdido el contacto con la Iglesia, y esto fue mejor pues simpatizaron con gente
que no estaba ligada con la Iglesia. Se habían conocido en un salón de baile, y
a los seis meses tuvieron que casarse. Unas pocas gotas de agua bendita cayeron
sobre ellos durante la ceremonia nupcial, solo lo suficiente para que mi madre
acudiera a Misa los domingos unas cuantas veces al año. Ella nunca me enseñó a
rezar como debía. Ella se agotaba en los cuidados cotidianos de la vida, para
que nuestra situación económica no fuese mala.
Es con la más grande repugnancia e indescriptible disgusto que escribo palabras
como rezar, Misa, agua bendita, e iglesia. Aborrezco todo eso, como odio con
todas mis fuerzas a los que van a la Iglesia, y en general a todos los hombres y
a todas las cosas. En efecto, de todo nos viene tormento. Todo conocimiento
recibido en el trance de la muerte, todos recuerdo de cosas vividas y sabidas,
es para nosotros una llama punzante. (4)
(4) Ibid., Q 98, a. 7, r.: "Por consiguiente, en los condenados ellos tendrán consideración verdadera de las cosas que ellos hasta entonces conocían como asuntos de tristeza, pero no como una causa de placer. Porque ellos considerarán tanto lo mal que han hecho, y por lo cual fueron condenados, y los bienes de placer que ellos han perdidos, y por ambas cuentas sufrirán tormentos."
Todos los
acontecimientos descuella la gracia que nosotros hemos despreciado. ¡Qué
tormento espantoso! No comemos, no dormimos, no estamos quietos.
Espiritualmente encadenados miramos nuestra vida con lloros y estridor de
dientes, como se ha ido en humo, odiando entre tormentos.
¿Lo oyes? Nosotros aquí tragamos el odio como agua; también el uno contra el
otro... (5) Y sobre todo, nosotros odiamos a Dios. Quiero que tú lo
comprendas.
Los bienaventurados en el Cielo deben amarlo, porque ellos Lo ven sin velos, en
Su belleza deslumbradora, lo cual los hace de tal manera dichosa que no sé
explicar. Nosotros sabemos esto, y ese conocimiento nos vuelve rabiosos.
(6)
(5) Ibid., Q. 98, a. 4, r.: "Así como entre los benditos en el
Cielo habrá la más perfecta caridad, así entre los malditos habrá el más
perfecto odio.”
(6) Ibid., Q. 98, a. 9, r.: “Los condenados, antes del día del juicio, verán a
los benditos en la Gloria, de tal manera que no sabrán cómo es la gloria, sino
solo que ellos están en un estado de gloria que sobrepasará todo pensamiento.
Esto los molestará, tanto porque de esta manera ellos a través de la envidia,
lamentarán la felicidad de los benditos, y porque ellos han perdido esa gloria."
Sobre la tierra, el hombre conoce a Dios a través de la Creación y la Revelación y pueden amarlo, pero no están obligados a hacerlo. El creyente – digo esto desbordante de furia – quien contempla y medita sobre Cristo tendido sobre la Cruz, Lo amará.
Pero cuando Dios se acerca como el Vengador y Juez, el alma quien Lo rechazó, Lo detestará, como nosotros Lo detestamos. (7) Esa alma Lo odia con toda la fuerza de su perversa voluntad. Lo odia eternamente, por virtud de su virtud en su resolución deliberada para rechazar a Dios con el cual terminó su vida terrenal. Este acto perverso de la voluntad nunca podrá ser revocado, ni desearíamos hacerlo.
(7) Ibid., Q. 98, a. 8, sf 1, iba 5, r: "Los condenados no odian a Dios con excepción a que Él castiga y prohíbe lo que es agradable a sus voluntadas malignas [el mal que ellos aún desean hacer]: y en consecuencia, ellos sólo piensan de Él como castigador y quien prohíbe."
Estoy forzada a
agregar que aún ahora Dios todavía es misericordioso con nosotros. Digo
“forzada” porque aunque escribo esta carta voluntariamente, no puedo mentir como
quisiera hacerlo. Mucho de lo escribo sobre este papel lo escribo contra mi
voluntad. También tengo que tragarme el torrente de insultos que quisiera
verter sobre usted y sobre todo.
Dios es misericordioso aún con nosotros aquí en que Él no nos permitió hacer
todo el mal que deseábamos hacer sobre la tierra. Si Él nos hubiese permitido
hacerlo, hubiésemos agregado grandemente a nuestra culpa y castigo. Él permitió
que algunos muriéramos temprano – como en mi caso – y permitió circunstancias
atenuantes en otros. Todavía ahora Él nos muestra misericordia, ya que no nos
obliga a acercarnos a Él. Él nos colocó en este lugar distante del Infierno,
así disminuyendo nuestro tormento.(8) Cada paso más cerca de Dios aumentaría mi
sufrimiento, más que cualquier paso que usted tomaría al acercarse a un fuego.
(8) Ibid., Part I, Q. 21, a. 4, ad. 1: "Aún en la condenación del reprobado se ve la misericordia, el cual, aunque no perdona completamente, de una manera alivia al castigar menos de lo merecido." En otra nota, el santo Doctor de la Iglesia dice que este es el caso sobre todo con los que en este mundo tuvieron misericordia para con otros (Q. 99, a. 5, ad. 1).
Usted se
asombró cuando le dije lo que mi padre me dijo unos días antes de mi Primera
Comunión. “Asegúrese, Anne, de conseguir un vestido lindo,” dijo él, “Todo lo
demás es una farsa.”
Casi me avergoncé en ese momento por haberla horrorizada tanto, pero ahora me
río de ello. La mejor parte de esta farsa es que la Comunión no era permitido
antes de los 12 años de edad. Para entonces, yo había probado suficientes
placeres del mundo, así que no tomé la Comunión en serio.
La nueva costumbre de permitir que los niños reciban la Santa Comunión a los
siete años de edad nos enfurece. Tratamos de todas las maneras posibles de
frustrar esto, de hacer creer a las personas que el niño es demasiado joven para
comprender correctamente lo que es la Comunión, o de pensar que los niños tienen
que cometer pecados serios antes de recibir (la Comunión). La hostia “blanca”
[es decir, la Sagrada Hostia] será, entonces, menos dañina a que si se recibiera
con fe, esperanza y amor – los frutos del Bautismo - ¡yo escupo sobre todo esto!
– que todavía están vivos en los corazones de los niños. ¿Se acuerda que yo ya
tenía ese punto de vista sobre la tierra?
Regreso ahora a mi padre. Él peleó mucho con mi madre. No hablé a menudo de
esto con usted porque me avergonzaba. Pero, ¿qué es la vergüenza? ¡Algo
ridículo! No nos hace la menor diferencia aquí.
Después de un tiempo, mis padres ya no dormían en el mismo cuarto. Yo dormía
con mi madre y mi padre dormía en el cuarto a la par, al cual entraba a toda
hora de la noche. Bebía mucho y gastaba todo lo que teníamos. Mis hermanas
tenían empleos pero necesitaban su dinero para vivir, o así decían. Así que mi
madre se puso a trabajar. En el último año de su amarga vida, mi padre le
pegaba mucho a mamá, cada vez que no le daba dinero para sus bebidas. Sin
embargo, él conmigo siempre fue muy bueno.
Yo le conté todo esto un día y usted se escandalizó de mi actitud caprichosa -
¿pero qué había de mí que no la escandalizara? – como cuando devolví un par de
zapatos nuevos dos veces en un día porque el estilo del tacón no era lo
suficientemente moderno para mi gusto.
La noche en que mi padre tuvo un ataque de apoplejía mortal sucedió algo que yo,
por temor de una interpretación desagradable nunca me atreví a manifestártelo.
Pero ahora estoy obligada a decírtelo. Es importante por esto: que entonces,
por vez primera fui acometida por el espíritu atormentador que ahora tengo.
Dormía yo en el cuarto de mamá; la respiración regular me decía que su sueño era
profundo. Repentinamente, escuché a alguien pronunciar mi nombre. Una voz
desconocida me susurró, “¿Qué será si tu padre muere?”
Yo ya no amaba a mi padre desde que se portaba tan villanamente con mamá. Mejor
dicho, yo ya no amaba absolutamente a nadie, y tan sólo tenía alguna afición con
las personas que eran almas que están en estado de gracia, y ¡yo no estaba en
gracia!
“Estoy segura que él se está muriendo,” le contesté al misterioso interlocutor.
Después de un breve intervalo, escuché la misma pregunta. Sin preocuparme por
su procedencia, contesté, “No importa. Él no se está muriendo.”
Vino la pregunta por tercera vez: “¿Qué sucedería si su padre se muriera? Como
un relámpago varias escenas me pasaron por la mente: cuando mi padre llegaba a
casa borracho, sus regaños y los pleitos con mi madre, cómo él nos avergonzaba
enfrente de los vecinos y conocidos.
Obstinadamente grité: “Está bien, es lo que se merece. ¡Que se muera!”
Después, todo se puso silencioso. A la mañana siguiente, cuando mi madre subió
las escaleras, fue directamente al cuarto de mi padre. Ella encontró la puerta
con llave. Alrededor de medio día, forzaron la puerta. Ahí estaba mi padre –
medio vestido sobre su cama – muerto, un cadáver. Seguramente se resfrió
mientras buscaba cerveza en el sótano. Había estado enfermo por mucho tiempo.
[¿Podría haber sido que Dios dependió de la voluntad de un niño, a quien este
hombre le había mostrado algo de bondad, para otorgarle más tiempo y una
oportunidad para convertirse?]
Marta K. y usted me hicieron enrolarme en una asociación de mujeres jóvenes.
Nunca le conté cuán absurda sentía las instrucciones de los dos directores,
aunque los juegos eran simpáticos. Como usted sabe, rápidamente llegué a jugar
un papel preponderante en ellos, lo cual me halagaba. También me gustaban las
excursiones. Hasta me permití a veces ir a Confesión y recibir la Santa
Comunión. Realmente que no tenía nada que confesar, ya que nunca hice caso a
rendir cuentas por mis pensamientos y sentimientos. Y todavía no estaba lista
para cosas peores.
Un día usted me regañó: “Anne, estará perdida si no reza más.” En verdad, yo
rezaba muy poco, y siempre con renuencia y fastidio. Usted tenía toda la
razón. Todos los que se queman en el Infierno o no rezaban o no rezaban lo
suficiente. La oración es el primer paso hacia Dios. Siempre es decisivo,
especialmente la oración para quien es la Madre de Dios, cuyo nombre no es
lícito pronunciar. La devoción hacia Ella atrae a muchas de las almas del
demonio - almas quienes por sus pecados de otra manera estarán destinadas a caer
en las garras del demonio.
Continuo, pero con furia, estando obligada a hacerlo. Rezar es la cosa más
fácil que uno puede hacer sobre la tierra. Dios justamente unió la salvación a
este más simple de actos. Para los que perseveran en la oración, Dios les
otorga, poco a poco, tanta Luz y fuerza que hasta el pecador que se está
ahogando, puede ser levantado y salvado, aunque él esté inmerso en lodo hasta su
pecho. De hecho, en los últimos años de mi vida, yo ya no rezaba del todo, y de
esa manera me privé a mi misma de las gracias sin las cuales uno no se puede
salvar.
Aquí ya
nosotros no recibimos gracia alguna. Aún si las recibiéramos, las rechazaríamos
con desdén. Todas las vacilaciones de la vida terrenal llegan a un fin en el
más allá. En la vida terrenal, el hombre puede pasar del estado del pecado al
estado de gracia. De la gracia él puede caer al pecado. Frecuentemente, yo
caía por debilidad, rara vez por maldad. Pero con la muerte, esta fluctuación
del “sí” al “no,” este sube y baja, llega a un fin. Con la muerte, cada
individuo entra en su estado final, fijado e inalterable.
A medida que uno envejece, los subes y bajas son menos frecuentes. Es cierto
que hasta la muerte uno puede o convertirse o voltearle la espalda a Dios. Al
morir, sin embargo, el hombre toma su decisión con los últimos temblores de su
voluntad, mecánicamente, de la misma manera como lo hizo durante su vida. Un
habito bueno o malo se convierte en segunda naturaleza, y esto es lo que empuja,
de un lado a otro, a una persona en sus momentos finales. Así fue conmigo.
Durante años yo había vivido apartada de Dios. Por lo tanto, cuando recibí ese
último llamado de gracia, tomé la decisión en contra de Él. Fue fatal, no
porque había pecado tanto, sino más bien porque había rehusado tan a menudo
enmendar mi vida.
Usted me regañaba repetidamente para que yo escuchara los sermones y leyera
libros piadosos, pero siempre tenía excusas y decía que no tenía tiempo. ¿Qué
más hubiera podido hacer para aumentar mi incertidumbre interna?
Para cuando llegué a este punto crítico, que fue poco tiempo antes de dejar la
asociación para mujeres jóvenes, ya hubiera sido difícil para mí el haber
seguido otro camino. Me sentí insegura e infeliz. Yo había construido una
enorme pared que impedía mi conversión, aunque usted aparentemente no se dio
cuenta. Usted seguramente pensó que yo podía convertirme fácilmente cuando una
vez me dijo: “Anne, haga una buena confesión y todo saldrá bien.” Yo sospeché
que lo que me dijo era cierto, pero el mundo, la carne y el demonio ya me habían
tomado en sus garras.
Yo nunca
creí en la acción del demonio, pero ahora doy testimonio que el demonio ejerce
una influencia poderosa sobre las personas que son como era yo en ese tiempo.(9)
Solamente muchas oraciones por parte de otros y mías, junto con sacrificios y
sufrimientos, hubieran logrado arrancarme del demonio. Y solamente lentamente.
(9)
Diablos y demonios son los nombres dados a los espíritus malignos que ejercen
esta influencia. Para prueba de su existencia, basta citar dos textos de las
Santas Escrituras: “Sed sobrios, y estad en continua vela; porque vuestro
enemigo el diablo anda girando como león rugiente alrededor de vosotros, en
busca de presa que devorar." (I Pedro 5:8).
"Revestios de toda la armadura de Dios, para poder contrarrestar a las
asechanzas del diablo. Porque no es nuestra pelea solamente contra hombres de
carne y sangre, sino contra los príncipes y potestades, contra los adalides de
estas tinieblas del mudo, contra los espíritus malignos esparcidos en los aires.
" (Efesios
6:11-12).
Hay muy pocas personas quienes verdaderamente están poseídos por
el demonio, pero hay muchos quienes están poseídos interiormente. El demonio no
puede tomar la voluntad libre de quienes se entregan a sí mismos a su
influencia. Sin embargo, como un castigo de la casi apostasía total de uno de
Dios, él permite que esa persona sea dominada por el “mal”.
Yo detesto al demonio, y sin embargo, me gusta porque él y sus secuaces, los ángeles que cayeron con él en el comienzo de los tiempos, luchan por hacerlos a ustedes perder sus almas. Hay innumerables demonios. Un innumero de ellos vagan por el mundo como enjambres de moscas, su presencia ni siquiera sospechada. Las almas condenadas como nosotras somos las que los tentamos a ustedes; esto es dejado a los espíritus caídos. (10) Nuestros tormentos aumentan cada vez que ellos trae otra alma al Infierno, pero todavía queremos ver a todos en el mundo condenados. ¡El odio es capaz de cualquier cosa! (11)
(10) Summa Theologica, Suppl., Q. 98, a. 6, ad. 2: "Los
hombres quienes están condenados no están ocupados en halar a otros hacia la
condenación, como lo están los demonios."
(11) Ibid., Q. 98, a. 4, ad. 3: “Aunque un aumento en el número de los
condenados resulta en un aumento del castigo de cada uno, tanto más aumentará su
odio y envidia que ellos preferirán ser atormentados con muchos, en lugar de
estar solos y menos atormentados."
Aunque traté de
evitar a Dios, Él me buscó. Yo preparé el camino para la gracia con los
trabajos de caridad natural que a menudo hacía, siguiendo la inclinación natural
de mi naturaleza. A veces, también, Dios me atrajo a ir a una iglesia. Cuando
cuidé de mi madre enferma después de un duro día de trabajo en la oficina, lo
que no era un pequeño sacrificio para mí, yo sentía estas fuertes atracciones
hacia la gracia de Dios.
Una vez, en la capilla del hospital donde usted me llevaba durante nuestro
tiempo libre a medio día, yo me sentía tan atraído que me encontraba a solo un
paso de la conversión.
Lloré.
Los
placeres del mundo, sin embargo, prontamente me envolvieron en un torrente y me
ahogaron fuera de esta gracia. Las espinas ahorcaron el trigo. El argumento
que yo escuchaba en la oficina – haciendo la racionalización que la religión era
sentimentalismo, yo deseché esta gracia, como muchas otras.
Una vez usted me regañó porque en lugar de hacer la genuflexión en la iglesia,
yo solo había inclinado levemente la cabeza. Usted pensó que era por pereza,
sin sospechar que yo ya no creía en la presencia de Cristo en el Santísimo
Sacramento. Ahora lo creo, aunque solamente naturalmente, como uno cree en una
tormenta al percibir sus signos y efectos.
Mientras tanto, yo me había encontrado una religión. La opinión general en la
oficina, que después de la muerte el alma regresaría a este mundo como otro ser,
con una sucesión sin fin de morir y regresar, me complació. Con esto, yo dejé
afuera el problema que me afligía del más allá al punto que ya me imaginaba que
no me molestaba.
¿Por qué usted no me recordó de la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro,
en que el narrador envió a uno al Infierno y el otro al Paraíso después de que
murieron? Pero ¿de qué me hubiera servido ese recordatorio? Yo lo hubiera
considerado solamente otro más de sus consejos piadosos.
Poco a poco yo dispuse un dios, uno suficientemente privilegiado para ser
llamado un dios, y al mismo tiempo suficientemente distante que yo no tenía que
lidiar con él. Yo hice lo suficientemente confuso para permitirme
transformarlo, según mi voluntad y sin la necesidad de cambiar de religiones, a
un dios panteístico, y hasta permitirme convertirme en una orgullosa deísta.
Este “dios” no tenía ni un cielo para consolarme ni un infierno para
atemorizarme. Yo lo dejaba en paz. En esto consistió mi adoración de él. Uno
fácilmente cree en lo que uno ama. Con el pasar de los años, llegué a
convencerme suficientemente de mi religión. Vivía en paz con ella, sin que me
causara ninguna inconveniencia.
Solamente una cosa me hubiera podido traer de regreso a mis sentidos: un
profundo y prolongado sufrimiento. Pero nunca llegó ese sufrimiento. ¿Ahora
puede usted comprender ese dicho, “A quien Dios ama, Él castiga”?
Un día de verano en Julio, la asociación de mujeres jóvenes organizó una
excursión. Sí, me gustaban esas salidas, ¡pero no las piadosas biatas
que iban en ellas! Yo había colocado una imagen muy diferente del de Nuestra
Señora de Gracia sobre el altar de mi corazón. Fue esa magnifica figura muy
masculina de Max N. de la oficina cercana. Habíamos conversado varias veces.
En esta ocasión, él me invitó a salir el mismo domingo de la excursión de la
asociación. Una mujer con quien él estaba saliendo estaba en el hospital.
Él se había dado cuenta, claro está, que mis ojos estaban puestos sobre él, pero
yo nunca pensé en casarme con él. Él tenía dinero, pero, en mi opinión, era
demasiado amistoso con todas las jóvenes. Hasta ese momento yo había deseado un
hombre quien me pertenecería exclusivamente a mí, y yo a él completamente. Por
lo tanto, yo siempre había mantenido una cierta distancia entre nosotros.
(Esto es cierto. Había algo noble acerca de Anne, no obstante sus indiferencias
religiosas. Me asombra que personas “sinceras” como ella pueden caer en el
Infierno si ellas son lo suficientemente insinceras para huir de enfrentarse a
Dios.)
Max comenzó a derrocharme con atenciones desde el día de la salida. Nuestra
conversación, por supuesto, era bastante diferente a la de las mujeres
piadosas. Al día siguiente, en la oficina, usted me regañó por no haber ido con
usted. Yo le conté de mi diversión dominical.
Su primer pregunta fue: “¿Fue a Misa?”
¡Qué ridículo!
¿Cómo podía
haber ido a Misa si acordamos salir a las seis de la mañana? Se acuerda que yo
le dije acaloradamente, “¡El buen Dios no es tan ingrato como sus pequeños
sacerdotes!” Ahora estoy obligada a confesarle que, no obstante Su bondad
infinita, Dios toma todo mucho más en serio que cualquier sacerdote.
Después de esta primera salida con Max, yo regresé solamente una vez más a las
reuniones de la asociación. Me atraía algunas de las solemnidades de la
Nochebuena, pero yo ya me había desasociado de usted internamente. Lo que más
me interesaba eran las películas, bailes y excursiones. A veces Max y yo
peleábamos pero yo sabía cómo mantenerlo interesado en mí.
Cuado mi rival salió del hospital, estaba furiosa conmigo, y yo la encontré
bastante desagradable. Sin embargo, su enojo trabajó a mi favor, porque mi
discreta tranquilidad impresionó a Max y finalmente lo llevó a escogerme a mí
sobre ella. Yo sabía exactamente cómo menospreciarla. Yo hablaba calmadamente,
aparentando ser completamente objetiva, pero escupiendo veneno desde adentro.
Insinuaciones y acciones como éstas rápidamente lo pueden llevar a uno al
Infierno. Ellas son diabólicas, en el verdadero sentido de la palabra.
¿Por qué le estoy contando esto? Para demostrarle cómo llegué a separarme
definitivamente de Dios. Para alejarme tanto, ni siquiera era necesario ser muy
íntima con Max. Yo sabía que si me rebaja a mí mismo a eso demasiado pronto, él
pensaría mal de mí. Así que me abstuve y rehusé. En verdad, yo estaba lista
para hacer cualquier cosa que yo pensaba me alcanzaría mi meta. No me detendría
en nada para ganar a Max.
Gradualmente nos enamoramos, ya que ambos poseíamos ciertas cualidades
admirables que mutuamente apreciábamos. Yo era talentosa y una buena
conversadora, y eventualmente tenía a Max en mis manos, segura de que él me
pertenecía solamente a mí, por lo menos en esos primeros meses después de
nuestra boda.
Eso es lo que constituyó mi apostasía de Dios: el convertir a una simple
criatura en mi dios. La manera en que esto puede llegar a ser más fácilmente es
entre dos personas del sexo opuesto, si solamente tienen amor material. Porque
esto llega a ser la atracción, el piquete y el veneno. La “adoración” que le
rendí a Max se convirtió en una religión ardiente para mí.
En este período de mi vida, a veces todavía salía hipócritamente corriendo de la
oficina a la hora del almuerzo para ir a una iglesia, para escuchar a los tontos
sacerdotes, a rezar el Rosario y otras tonteras similares.
Usted se esforzó, con mucha o poca inteligencia, para estimularme a tales
prácticas, pero aparentemente sin sospechar que, en el análisis final, yo ya no
creía en ninguna de esas cosas. Yo solamente buscaba tranquilizar mi conciencia
– todavía necesitaba eso – para justificar mi apostasía. En lo profundo de mi
alma yo vivía en rebelión con Dios. Usted no percibió eso. Usted siempre pensó
que yo aún era Católica. Yo quería aparentar serlo, y hasta di algunas
contribuciones a la iglesia, pensando que un poco de “seguro” no me caería mal.
Con la misma seguridad que usted tenía con sus respuestas, estas me resbalaban.
Yo estaba segura que usted no podía tener la razón. Esto causó tensión en
nuestra relación, y cuando mi matrimonio nos distanció un poco, el pesar de
nuestra separación fue poco. Antes de mi matrimonio, fui a confesarme y a
comulgar una vez más, pero era una simple formalidad. Mi marido pensaba de la
misma manera que yo. Llevamos a cabo esta formalidad como cualquier otra.
Usted llamaría esto “indigno”. Pero después de esa “indigna” Comunión, yo tenía
más tranquilidad de mente. Fue la última vez de mi vida.
Nuestra vida de casados era generalmente harmoniosa. Compartíamos la misma
opinión acerca de todo. Eso incluyó nuestra opinión con respecto a hijos. No
queríamos tener la carga. En el fondo mi marido deseaba un hijo, pero solamente
uno. Yo pude quitarle esta noción de la mente. Prefería buena ropa y muebles,
tomar el té con las señoras, paseos en carro, y tales otras diversiones. Y así
pasó un año de placeres mundanos desde el día de nuestro matrimonio hasta mi
muerte repentina.
Todos los domingos íbamos de paseo o visitábamos los parientes de mi marido. Yo
tenía vergüenza de mi madre en ese tiempo. Los parientes de mi marido, como
nosotros, nadaban bien sobre la superficie de la vida. Por dentro, sin embargo,
nunca me sentí verdaderamente feliz. Algo siempre remordía mi alma. Yo deseaba
que la muerte, que definitivamente estaba muy en el futuro, pudiera poner fin a
ese sentimiento.
Cuando yo era una niña, una vez escuché un sermón de que Dios premia lo bueno
que uno hace. Si Él no premia al alma en la vida futura, lo haría sobre la
tierra. Sin que yo lo esperara, recibí una herencia [de mi tía L]. Mi marido,
al mismo tiempo, recibió un aumento considerable en su sueldo. Con esto,
pudimos amueblar nuestra casa muy bien.
Cualquier vínculo a la religión que pudiera tener casi se había ido, como el
ultimo rayo de luz en el horizonte distante. Los bares y cafés de la ciudad y
los restaurantes donde cenábamos cuando viajábamos, no nos acercaban a Dios.
Todos quienes los frecuentaban vivían como nosotros, preocupados con todo lo
externo, y no con los asuntos del alma.
Una vez durante
uno de nuestros viajes, visitamos una catedral famosa, pero solo para apreciar
el valor artístico de sus obras maestras. Yo sabía cómo neutralizar el ambiente
religioso de la Edad Media que radiaban, y aprovechaba cada oportunidad para
ridiculizar. Me burlaba del hermano laico quien nos guiaba; critiqué a los
monjes piadosos por su negocio de hacer y vender licor; menospreciaba el sonido
eterno de las campanas que llamaban a las personas a las iglesias como ruegos
solo de dinero. Así rechacé toda gracia que tocaba a mi puerta.
Especialmente, dejé que mi sarcasmo fluyera profusamente con cada representación
del Infierno que veía en los libros, los cementerios y en otros lugares donde
uno puede encontrar al demonio asando a las almas en fuegos rojos y amarillos,
mientras sus secuaces con sus largas colas, continuaban trayendo a más
víctimas.
El Infierno, Claire, puede ser pobremente dibujado, pero nunca puede ser
exagerado.
Ante todo, yo siempre me burlaba del fuego del Infierno. ¿Recuerda nuestra
conversación acerca del fuego del Infierno cuando yo, en broma, puse un fósforo
encendido debajo de su nariz y pregunté, “¿Huele como esto?” Usted rápidamente
apagó el fósforo, pero aquí nadie puede extinguir el fuego. Permíteme decirle
otra cosa – el fuego del que habla la Biblia no es sólo el tormento de la
conciencia. El fuego significa fuego. Eso es exactamente lo que quería decir
cuando dijo, “Aléjese de Mí, maldito, a los fuegos eternos.”
Literalmente.
“¿Cómo
puede el espíritu ser afectado por el fuego material?
Usted preguntará.
¿Cómo pude,
entonces, sufrir su alma sobre la tierra cuando usted se quema un dedo? Su
alma, en sí, no se quema, ¡sino que el hombre entero sufre!
En la misma manera, aquí nosotros estamos prisioneros en un fuego de nuestro ser
y nuestras facultades. Nuestras almas están despojadas de sus movimientos
naturales. No podemos pensar ni desear lo que antes deseábamos. (12) Ni
siquiera trate de comprender un misterio que va en contra de las leyes de la
naturaleza material: el fuego del Infierno quema sin consumir.
Nuestro tormento más grande consiste en saber con certeza que nunca veremos a
Dios. ¡Cuánto nos tortura eso que veíamos con indiferencia sobre la tierra!
Cuando el cuchillo está sobre la mesa, nos deja fríos. Usted puede ver su filo,
pero no lo siente. Pero el momento en que entra en la carne, uno grita del
dolor. Antes nosotros solo veíamos la pérdida de Dios; ahora lo sentimos.
(13)
(12) Ibid., Suppl., Q. 70, a. 3, r.: "Por consiguiente,
nosotros debemos unir todos los modos arriba mencionados de un solo, con tal de
entender perfectamente cómo el alma sufre desde un fuego corpóreo: para decir
que el fuego de su naturaleza puede tener un espíritu incorpóreo unido a él como
una cosa colocada es unida a un lugar; que como el instrumento de la Justicia
Divina puede retenerlo encadenado como si fuese, y en ese respecto este fuego es
realmente doloroso para el espíritu, y así el alma ve al fuego como algo
doloroso para él, es atormentado por el fuego."
(13) San Agustín dijo, “La separación de Dios es un tormento tan grande como
Dios."
Cf. Houdry, Bibliotheca concionatorum (Venice, 1786), vol
2, “Infernus,” No. 4, p. 427.
No todas las almas sufren de igual manera. Entre más frívolo, malicioso y firme estaba uno en el pecado, más grande pesa la pérdida de Dios sobre el alma y más tortura siente por la criatura abusada.
Los Católicos
que están condenados sufren más que los de otras creencias porque, en general,
ellos recibieron más Luz y gracias sin haber tomado ventaja de ellas. Los que
sabían más sufren más que los que tenían menos conocimiento. Los que sufrieron
por maldad sufren más que los que sufren por haber caído por debilidad. Nadie,
sin embargo, sufre más de lo que se merece. Que no fuese esto cierto, ¡para que
yo tuviera más razón por odiar!
Una vez usted me dijo que nadie se va al Infierno sin saberlo. Esto fue
revelado a un santo. Yo me reí de eso, pero la idea se me quedó en la mente.
Si este fuese el caso, entonces habría en mí suficiente tiempo para convertirme
– así pensaba yo en mi corazón.
Lo que usted dijo es cierto. Antes de mi triste fin, yo tuve la idea de cómo
realmente era el Infierno. Ningún ser humano lo sabe. Pero yo no tuve ninguna
duda acerca de esto: si muero, entraría en un estado de rebelión en contra de
Dios, y yo sufriría las consecuencias. Como ya le he dicho, no cambia mi curso
sino que continué sobre el mismo camino, impulsada por hábito, así como las
personas actúan con más deliberación y regularidad a medida que envejecen.
Ahora le contaré cómo ocurrió mi muerte.
Hace una semana – hablo en los términos en que usted mide el tiempo, porque al
juzgar por el dolor que he aguantado, yo podría haber estado quemándome en el
Infierno por diez años. Por lo tanto, un domingo hace una semana, mi marido y
yo fuimos a dar un paseo. Fue el último para mí.
El día estaba radiante y bello. Yo me sentía bien y en paz, como raramente lo
hacía. Un presentimiento de mal agüero, sin embargo, me embargo a medida que
manejábamos. Camino a casa esa noche, las luces de un carro que rápidamente
venía hacia nosotros en dirección opuesta, nos cegó a mi marido y a mí. Mi
marido perdió el control de nuestro carro.
“¡Jesús!” grité, no como una oración sino como un grito. Sentí un dolor
abrumador – insignificante en comparación a mi actual tormento. Luego perdí el
conocimiento. ¡Qué
extraño!
Esa misma
mañana me había venido repentinamente el pensamiento que yo podía, después de
todo, ir a Misa otra vez. Entró en mi mente casi como una súplica. Mi “¡No!” –
fuerte y con determinación – cercioró la idea en su principio. Debo de terminar
con eso de una vez por todas, pensé, y asumí todas las consecuencias. Y ahora
las debo de aguantar.
Usted sabe lo que sucedió después de mi muerte. El pesar de mi marido y de mi
madre, mi cuerpo tendido, y el entierro. Usted sabe todo esto hasta el ultimo
detalle, como lo sé yo por medio de una intuición natural que tenemos aquí.
Nosotros tenemos solamente un conocimiento confuso de lo que transpira en el
mundo, pero sabemos algo de lo que nos concierne a nosotros. Así, entonces
conozco su paradero actual.
(14)
(14) S. Th. Suppl., Q. 98, a 7, “Por consiguiente, en los condenados hay una consideración actual de las cosas que ellos conocían en tiempos pasados como asuntos de dolor, pero no como una causa de placer.”
En el momento
de mi muerte, desperté de una oscuridad. Me encontré a mí misma repentinamente
envuelta en una luz brillante. Estaba en el mismo lugar donde reposaba mi
cuerpo. Parecía casi como un teatro, cuando las luces repentinamente se apagan,
se abre ruidosamente la cortina, y una escena trágicamente iluminada aparece: la
escena de mi vida.
Vi mi alma como en un espejo. Vi las gracias que yo había pisado desde cuando
era joven hasta ese último “¡No!” que le di a Dios. Me sentí como una asesina
llevada a un juicio ante su víctima inanimada. ¿Arrepentimiento? ¡Jamás! (15)
¿Sentí vergüenza por mis acciones?
¡Para nada!
(15) Ibid., Q. 98, a. 2, r.: "Por consiguiente, los malvados no se arrepentirán de sus pecados directamente [es decir, por el odio hacia el pecado], porque el consentimiento en la maldad del pecado permanecerá en ellos; pero ellos se arrepentirán indirectamente, ya que ellos sufrirán por el castigo impuesto sobre ellos por el pecado.”
No obstante,
era imposible para mí permanecer en la presencia del Dios que yo había negado y
rechazado. Solamente me quedaba una cosa: huir. Así como Caín huyó del cuerpo
de Abel, así mi alma buscó huir de la terrible vista.
Ese fue mi juicio privada. El Juez invisible habló: “¡Alejaos de Mí!” y mi alma
rápidamente cayó, como una sombra sulfúrica, ¡dentro del lugar de eterno
tormento! (16)
(16) Es una certeza que el Infierno es un lugar determinado.
Pero adónde está localizado este lugar, nadie sabe. Que el castigo del Infierno
es eterno es un dogma, ciertamente el más terrible de todos, arraigado en la
Santa Escritura: "Al mismo tiempo dirá a los que estarán en la izquierda:
Apartaos de mí, malditos: id al fuego eterno, que fue destinado para el diablo y
sus ángeles, o ministros... Y en consecuencia, irán éstos al eterno suplicio, y
los justos a la vida eternal." (Mateo. 25:41, 46).
Ver también II Tesalonicenses. 1:9, Judas 1:13; Apoc. 14:11, 20:10. Todos son
textos irrefutables, en que la palabra “eternamente” no puede ser mal
comprendida o interpretada por “un largo tiempo.”
Si fuese
inapropiado ilustrar este dogma, entonces Nuestro Señor mismo no lo hubiera
hecho en la parábola del hombre rico y Lázaro. Él describió el Infierno de la
misma manera que fue descrito aquí – Él mostró que sí existía y que uno no debe
caer dentro de él. El propósito de la parábola no fue para excitar a los
sentidos, sino el mismo que ocasionó esta publicación. El propósito de este
panfleto encuentra expresión en estas palabras, “Pensemos en el Infierno
mientras todavía estemos con vida, para que no caigamos en él después de nuestra
muerte.” Ese consejo no es sino el parafrasear el Salmo 54: “Descendat in
infernum viventes, videlicet, ne descendant morientes,” el cual se encuentra
en una declaración (equivocadamente) atribuida a San Bernardo (Migne, Patr.
Lat., vol. 184, Col. 314 b).
Unas palabras de cierre de Claire
Así terminó la carta de Anne acerca del Infierno. Las últimas letras estaban
tan retorcidas que eran casi ilegibles. Cuando yo terminé de leer la última
palabra, la carta entera se convirtió en cenizas.
¿Qué estaba yo escuchando? Después de esas notas duras de las líneas que yo me
imaginaba estaba leyendo, lo que vino a mis oídos fue la dulce realidad de
campanas sonando. Desperté repentinamente y me encontré aún en mi cama. La luz
de la mañana entraba al cuarto. El sonido de las campanas cantando el Ángelus
venía de la iglesia parroquial.
¿Había tenido solo un sueño? Nunca había sentido tal consolación al rezar la
Salutación Angélical como después de este sueño. Recé las tres Aves Marías. Y
mientras las rezaba, me vino este pensamiento muy claramente: Uno debe de estar
cerca siempre a Nuestra Madre Santísima y venerarla fielmente si uno no quiere
sufrir el mismo destino que me fue relatado – no obstante en un sueño –
por una alma que nunca verá a Dios.
Todavía con
susto y perturbada por la revelación de la noche, me levanté y me vestí
rápidamente. Salí corriendo a la capilla del convento. Mi corazón palpitaba
violentamente y arrítmicamente. Los huéspedes que estaban arrodillados cercanos
a mí me miraban con preocupación. Quizá pensaban que yo estaba sin aliento y
enrojecida por haber bajado las escaleras.
Una señora amable de Budapest, frágil como un niño y miope, y muy sufrida pero
animada de espíritu y ferviente en el servicio de Dios, me habló esa tarde en el
jardín. “Mi querida hija,” me dijo, “Nuestro Señor no quiere que se Le sirva
con tanta rapidez.”
Pero entonces ella percibió que era debido a otra cosa lo que me tenía
sobresaltada. Agregó amablemente: “No deje que cosa alguna la moleste. Usted
conoce el consejo de Santa Teresita – no deje que cosa alguna la alarme. Todas
las cosas pasan. El que posee a Dios no carece de nada. Dios en Sí Mismo
basta.”
Mientras ella humildemente me consolaba con estas palabras, sin un tono de estar
dándome un sermón, parecía que ella me leía mi alma.
“Dios en Sí Mismo basta.” Sí, Dios tiene que saciarme – en esta vida y en la
próxima. Yo deseo poseerlo allí algún día para toda la eternidad no importa
cuántos sacrificios debo de hacer para triunfar. No deseo caer al Infierno.
“Existe una ceguera mucho peor que la pérdida de la visión física - la ceguera del corazón. Tantos se dirigen ciegamente hacia las llamas. El hombre busca destruir la evidencia del infierno pero aprenderá la verdad muy pronto. Existe el infierno y existe el Cielo. Los pecados de la carne envían más almas al infierno." - Jesús, 2 de Octubre, 1970
UNA ELECCIÓN
"Vuestra vida sobre vuestra tierra es sino un corto peregrinaje. Vuestra vida
eterna es para siempre. ¿Y dónde estaréis cuando paséis el velo? La elección
es vuestra, hijos Míos."
– Nuestra Señora, 7
de Diciembre, 1976
EL HEDOR
Verónica - ¡Oh! Veo - oh, ¡el hedor! ¡El hedor es
tan horrible! Veo un pozo profundo y es verdadero, ¡está quemando! ¡Las
paredes son naranjas y está ardiendo! ¡Oh! Oh, y veo a estas horribles
criaturas; están prendidas de los lados de las rocas. Algunas tienen alas sobre
ellos con horrible - se ven casi humanos - medio humanos, medio animales pero
tienen orejas puntiagudas y... oh! Por favor, Madre Santísima, ¡sácame de
aquí! ¡Oh! Tienen pies que se ven como garras y brazos con pelo, pero ellos,
también, los dedos tienen uñas largas; son como garfios, y tienen las más
horribles expresiones sonrientes en sus rostros. Ahora veo cuerpos de seres
humanos cayendo - cayendo. A medida que caen ellos comienzan a brillar.
Brillan como un brillo de color naranja - y gritan: "¡Auxilio! ¡Misericordia!
¡Misericordia! ¡Demasiado tarde! ¡Demasiado tarde!" ¡Oh! ¡Oh! Y veo que
caen tan rápidamente! No sé de dónde caen. Ellos parecen como lluvia - (que
caen) casi del cielo al pozo. Y veo - ¡oh! ¡Veo algunos sacerdotes! ¡Oh! ¡Oh!
Y veo que uno tiene -¡oh!, un sombrero de cardenal sobre su cabeza, y hay tres -
ahora puedo contarlos - son tres, tienen mitras sobre sus cabezas. ¡Oh! ¡Es
tan horrible! ¡El calor es tan grande, y el hedor! Siento como si me
quemara...
Nuestra Señora - "Hija Mía, has visto las pobres almas de los perdidos para
siempre en a eternidad."
– Nuestra Señora, 7
de Septiembre, 1974
PADRES DE
FAMILIA
"Los
padres de familia son responsables por la guía y la salvación ahora de las almas
de sus hijos. Debe ser devuelta la disciplina a los hogares, y los padres de
familia deben dar un ejemplo de pureza y de santidad en sus hogares. No
esperéis que otros os reemplacen en guiar a vuestros hijos. Es vuestro deber,
es vuestro propósito, es vuestra condición en la vida, y no rechazaréis vuestra
responsabilidad, porque entonces rechazaréis a vuestros hijos y los arrojaréis
al camino que va al infierno."
- Jesús, 10 de Abril, 1976
VOLUNTAD LIBRE
"
Arrepentios de vuestras maneras
y seréis aceptados de vuelta en el Reino. Ningún hombre caerá al infierno a
menos que haya escogido este camino por su propia voluntad libre, hija Mía."
– Nuestra
Señora, 10 de Febrero, 1975
HOMOSEXUALITY
"La homosexualidad no será tolerada. Es una abominación en los ojos del Padre
Eterno, y como tal, está condenando a muchos al infierno." - Jesús, 18 de
Junio, 1991
MITRAS
"Habrá muchas mitras en
el infierno. Muchos sacerdotes están en el camino hacia la condenación; con
ellos se llevan a otros. Por esto, ¡el foso más bajo del abismo será la
eternidad! Los encomendados en la Casa de Mi Hijo tendrán que rendir cuentas por
la caída de las almas jóvenes. Vuestro rango no será una garantía de vuestra
entrada al Reino."
– Nuestra
Señora, 25 de Julio, 1972
MANDAMIENTOS
"Estos son los Mandamientos del Padre. Rompéis uno, y las puertas del infierno
están abiertas para vosotros."
- Moisés, 24 de
Marzo, 1974
Directrices del Cielo:
D28 - Infierno
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Revised:
June 19, 2009