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“Entonces,” dijo el médico abruptamente, “Tengo que informarle que ocurrió un milagro, ¡porque su cáncer se ha ido completamente! No quedó cáncer, ¡ni siquiera un pedazo del tamaño de la cabeza de un alfiler¡”
La cura del cáncer de Jack Irey...
"Se os dan muchas manifestaciones. Es en el misericordioso Corazón del Padre Eterno que serán forjados muchos milagros para vosotros. Pero bendito aquel que no ve y aún así creerá. Creed y se os enseñará el camino.” – Nuestra Señora de las Rosas, 6 de Octubre, 1975
Jack Irey, 42, un conductor de camión y operador de máquinas, originario de New Jersey, era uno de los miles presentes en la Vigilia de Aniversario en Flushing Meadows el día 18 de Junio, 1988.
Al igual que cientos de otros que venían por vez primera esa noche, Jack había llegado con una determinación tenaz de mover todos los corazones en el Cielo con sus oraciones. Iba a deshacerse de una vez por todas de una condición terrible que lentamente le carcomía sus entrañas. La verdad es que era víctima de un crecimiento canceroso maligno en el área del estómago. En la mesa de operaciones los médicos descubrieron que le crecía un tumor del tamaño de un melón y el mismo se regaba a muchos órganos vitales en su cuerpo y que ha era demasiado tarde para removerlo quirúrgicamente.
En enero de 1988, el doctor llamó aparte a Susan, esposa de Jack, y le confió privadamente que la situación de Jack no tenía esperanza alguna, que no podía decir si le quedaba un día o una semana de vida. Susan relata, con su voz quebrada de emoción mientras lucha para retener las lágrimas que se le acumulan en sus ojos, que las únicas palabras que el médico le dio como consejo y aliento fueron que se hincara y rezara muy seriamente.
Inicialmente, el médico continuó inflexible en cuanto a retener la verdad de Jack; sin embargo, el médico finalmente se sinceró con él: debido a que de todas formas iba a morir (con o sin la cirugía del tumor), sería bueno probar la quimioterapia como un último esfuerzo desesperado. Mientras tanto, sería bueno que rezara muchísimo. Si Jack había tenido únicamente indicios de cuán avanzado estaba, ahora sí sabía toda la verdad y estaba definitivamente asustado con el prospecto de morir.
Realmente, el tumor había estado allí durante los últimos veinte años pero fue tan solo en agosto de 1987 que su salud se deterioró seriamente hasta el punto en que ya no podía trabajar ni comer; casi no podía tomar ni agua. También había perdido mucho peso: había bajado de 190 a 150 libras. El dolor era tan fuerte que se movía violentamente en cama toda la noche y apenas dormía una hora. Sus huesos se habían vuelto muy frágiles y quebradizos. Realmente los escuchaba rajarse cuando se tropezaba contra algo. Como parte de su lista de contingencias enumera ocho costillas rotas.
Bien, finalmente llegó abril y sorprendentemente, Jack todavía se apegaba valientemente a la vida. Justamente después de la Pascua (Semana Santa), un amigo le dio un pétalo de rosa de Bayside, el cual prontamente colocó en su cartera que guardaba en su bolsa izquierda. Ese es el lado en donde había comenzado el cáncer y es allí en donde se inició la cura. Desde el momento en que empezó a llevar el pétalo de rosa, comenzó a sentirse mejor. De hecho empezó a ganar el peso que había perdido. También pudo regresar al trabajo después de haber estado en casa durante cuatro meses.
Pero la cura final estaba reservada para el terreno de las Apariciones el día 18 de junio. A pesar que Jack tenía toda la razón del mundo para entrar en el círculo de los enfermos (un cercado especialmente reservado para aquellos seriamente enfermos o discapacitados, a la par del círculo interno), prefirió sentarse inmediatamente detrás del mismo. Una persona reservada según lo admitía él mismo, no cedía a los demás que lo instaban a que entrara en el círculo de los enfermos. Disipó estas sugerencias de los demás diciendo confiadamente, “Ella (la Virgen) puede verme hasta acá.”
Cuando se le preguntó si sintió una exaltación espiritual durante la Vigilia, él respondió que rezó como nunca antes había rezado.
Después de la Vigilia de ese sábado, Jack se sometió a un CAT scan (tomografía) el miércoles siguiente. Una semana después, cuando su médico observó los resultados, Jack se sorprendió al escuchar que su médico le dijo: “Cree usted en Dios?” Jack respondió rápidamente sin vacilar, “Sí, creo en Dios.”
“Bien,” continuó, “asistió usted a alguna Misa de sanación?” Ahora Jack comenzaba a darse cuenta hacia donde iba el médico y respondió: “No, no fui a ninguna Misa de sanación, pero hace dos semanas Susan y yo fuimos a un Rosario de sanación.” “Entonces,” dijo el médico abruptamente, “Tengo que informarle que ocurrió un milagro, porque su cáncer se ha ido completamente! No quedó cáncer, ni siquiera un pedazo del tamaño de la cabeza de un alfiler¡”
Ahora, Jack pesa 205 libras (lo más que ha llegado a pesar) y está felizmente de regreso en su trabajo – algo que hace que sus compañeros de trabajo levanten los hombros en asombro y se digan: quizá, solo quizá, algo realmente pasa en esas vigilias de oración en Nueva York. Si hoy en día se le pregunta a Jack cómo se siente, él les dirá: “¡Me siento maravillosamente! ¡No me había sentido así de bien en años!”
Cuando se le pregunta si es un firme creyente de la Basílica de Nuestra Señora de las Rosas, María Auxilio de Madres, rápidamente responde, “¡Creo en todo eso y más!”
¿Ha crecido espiritualmente desde su cura? Su respuesta es que ahora está más tiempo en la Iglesia; reza su Rosario por las noches y nunca se quitará de su cuello las tres medallas que recibió en la Basílica.
Jack Irey
New Jersey
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